domingo, 19 de dezembro de 2010

Católica ordenada

Dijo misa hace 31 años. Ha ejercido el sacerdocio en la clandestinidad, en Checoslovaquia, con el secretismo de un espía.
Salió de casa con el vestido largo de color negro de los domingos. Eran las doce de la noche del 28 de diciembre de 1970. Miró a izquierda y derecha para cerciorarse de que nadie la estaba espiando y, casi corriendo, recorrió la corta distancia que la separaba del piso del obispo. En el despacho de Félix María Davidek, arzobispo de Brno, todo estaba preparado. Ludmila Javorova llamó al timbre dos veces largas y una corta, la señal convenida. Estaba radiante de felicidad. Por fin, a sus 38 años, iba a ver cumplido el sueño de su vida. Antes de iniciar el viejo ritual, monseñor Davidek volvió a preguntarle: «¿Quieres recibirlo?», dijo él.«Sí, quiero», respondió ella.
Entonces, el arzobispo católico Davidek inició el ritual del sacramento del orden sacerdotal, le impuso sus manos, como signo externo del mismo, en la ciudad morava de Brno, ante la presencia, como testigo, de un hermano del arzobispo. A continuación, ella celebró su primera misa, realizó su primera consagración del pan y del vino y dio su primera bendición a las dos personas presentes. «De vuelta a casa, lloraba a borbotones por todos los años en los que había contenido mis lágrimas», recuerda.
Desde entonces, se convirtió en la primera «sacerdotisa» católica del mundo en los últimos 20 siglos (muchos teólogos suelen asegurar que, hasta el siglo I, la Iglesia católica contó con mujeres sacerdotisas y diaconisas).
Como tal, Ludmila celebraba misa todos los días, sola, en su casa de Brno, sin que ni siquiera sus padres lo supiesen. Eran los años de plomo de la dictadura comunista en Checoslovaquia y en todo el Este de Europa. La Iglesia católica estaba perseguida, controlada por el Estado. Le llamaban la «Iglesia del silencio» y la «Iglesia mártir». El actual arzobispo de Praga, monseñor Vlk, trabajó más de 20 años como un simple limpiacristales...
Para despistar a la policía comunista, el arzobispo Davidek ordenó en secreto a 17 obispos, algunos de ellos casados y con familia, y a 68 sacerdotes varones, muchos de ellos casados. Ella guardó el secreto, pero muchos de los católicos clandestinos eslovacos de entonces conocían su condición sacerdotal y la aceptaban como tal. Más aún, llegó a ser «vicaria general», es decir, la número dos de la archidiócesis de Brno. Tras la caída del Muro de Berlín, salió a la luz la existencia de la Iglesia clandestina checoslovaca.Y con ella, la existencia de una mujer sacerdote.
Ludmila esperó hasta 1989, año de la «revolución de terciopelo», para pedir el reconocimiento eclesial y la ayuda del Papa. «Primero intenté fijar una entrevista con el Papa por medio del cardenal Wyszynski de Polonia, pero sin conseguirlo. Después le pedí ayuda directamente para que me aceptase como soy. Le escribí una carta», que decía simplemente: «Santo Padre, he recibido la ordenación sacerdotal en estas circunstancias, y ahora se lo comunico».
"Desde lo hondo. La historia de Ludmila Javorova», de Miriam Therese Winter.

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