Se llamaba Agustín, y antes de ser bautizado a sus 33 años, había vivido con una mujer con la que tuvo un hijo llamado “Adeodato”, es decir, “dado por Dios”, como tú. Pero luego pensó que el amor puro no ha de ser carnal, y despidió a su pobre compañera y se quedó con el hijo, y luchó denodadamente hasta la muerte contra todos los sentidos y deseos corporales.
Pues bien, él fue el que inventó la idea del “pecado original” como luego se ha entendido y como hoy todavía, después de los 1600 años que han pasado, muchos siguen entendiendo, incluso en Arroa: un terrible pecado de Adán y Eva (más de Eva que de Adán, a decir verdad) que debió de enfadar muchísimo a Dios y cuya culpa y castigo hemos heredado todos sus descendientes. La ira y el castigo de Dios para quien no está bautizado.
En realidad, San Agustín llegó a esa siniestra idea sobre Dios por saber poco griego, y por haber traducido erróneamente una inocente palabra de San Pablo en la carta a los romanos (5, 12), ephautó, que no quiere decir “en él”, como pensaba Agustín, sino -”puesto que”, como traducen hoy todos.
San Agustín pensó que nosotros seguimos sufriendo porque pecamos “en él” (en Adán, o Eva), es decir, porque heredamos su culpa, pero Pablo quería decir que seguimos sufriendo “puesto que” seguimos “pecando”, es decir, haciendo daño, igual que Adán y Eva.
Corregido el malentendido gramatical, nos correspondería corregir el dogma, pero a la iglesia le cuesta demasiado reconocer errores (es su particular pecado original). "
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